Su muerte, gracias by Abel Amutxategi

Su muerte, gracias by Abel Amutxategi

autor:Abel Amutxategi [Amutxategi, Abel]
La lengua: spa
Format: epub
Tags: Novela, Humor
editor: ePubLibre
publicado: 2016-01-01T00:00:00+00:00


Capítulo doce

Siga el rastro morado – Veo que ha decidido utilizar nuestro servicio Express – Prueba superada

La puerta del apartamento de Hortensia se abrió en cuanto el Hombre le acercó la palma de su mano derecha. No era que tuviera ningún poder especial sobre los objetos de Esta Esfera, pero las cosas preferían llevarse bien con él en la medida en la que la física de sus respectivos diseños se lo permitiera.

Cierto que el Hombre llevaba mucho tiempo lejos de la acción y que hacía siglos que se limitaba a supervisar el trabajo de campo que hacían sus emisarios, pero lo primero que le sorprendió era lo limpio que estaba el recibidor al que se abrió la puerta.

Más que un lugar en el que se hubiera vivido alguna vez toda una vida, con su carga de alegrías y pesares, parecía una habitación de hotel desinfectada tras una larga estancia y esperando a su próximo inquilino.

El Hombre era capaz de entrever las escenas que alguna vez habían tenido lugar entre aquellas paredes. Podía sentirlas todas al mismo tiempo, pero solo como un recuerdo, como algo lejano que hacía ya mucho tiempo que había dejado de tener entidad propia y que ahora se aferraba a unas coordenadas espaciales dadas como única forma de poder seguir existiendo.

Era como ver una serie de películas superpuestas y reproduciéndose en bucle. Todo lo que alguna vez se hubiera vivido entre esas paredes estaba allí. Lástima que el Hombre no tuviera tiempo de pararse a desentrañar los misterios de cada una de ellas y registrarlos en su particular cuaderno de viaje.

Al llegar al pasillo, descubrió un rastro morado que lo recorría longitudinalmente. Era el color de la duda.

El Hombre era capaz de sentir la impronta que los últimos hechos de la vida de Hortensia habían dejado en la vivienda. La esperanza, la serenidad, la determinación…, el miedo. Cada uno de esos sentimientos tenía una traslación sobre el terreno que el Hombre estaba pisando. Cada uno de ellos había dejado a su paso un rastro de un color diferente que el Hombre no había perdido la facultad de interpretar.

Siguiendo el rastro morado, el Hombre llegó hasta el que había sido el dormitorio de Hortensia. Allí era donde moría el rastro… o allí era donde nacía, no había forma de saberlo.

Entonces fue cuando el Hombre reparó en el ruido que lo acompañaba desde su llegada al apartamento. Era un ruido de maquinaria pesada que le recordaba a los complejos sistemas que daban vida siglos atrás a los viejos teatros de autómatas.

Pero había algo más.

Un molesto zumbido que servía de fondo sonoro a aquellos traqueteos y a aquellas crepitaciones, y que parecía provenir de algún lugar bajo el piso de Hortensia.

Sonaba como si alguien hubiera conectado mal una lámpara fluorescente grande como una montaña.

¿Qué podría significar aquel ruido?

Por mucho que mirara a su alrededor, el Hombre no logró descubrir nada digno de mención. Así que decidió seguir el rastro en sentido contrario, con la esperanza, no ya de encontrar a



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